estrategias a utilizar para la inclusión
Participación
La participación aparece como categoría relevante para la gestión de la inclusión, y dado que la
escuela es la institución que históricamente se ha
considerado como una fuente de oportunidades
para el desarrollo de las personas, es ella la que
recrea la tensión entre la integración, entendida
como el ajuste de los sujetos a las instituciones
(Figueroa, 2010), y la inclusión definida por González (2008) como un propósito que abarca a todos
los alumnos, conllevando a no excluir a nadie de
la formación a la que tiene derecho por razones
de justicia y democracia. Por otro lado, Moriña
y Parrilla (2006) describen que la educación inclusiva se refiere a la escuela y al salón de clases
como una comunidad en la que se debe promover
y respetar los derechos de todos los alumnos ante
su aprendizaje junto al de sus pares enmarcado
desde el currículo común.
Competencia
La escuela, en su función de educar en saberes
y habilidades para el desarrollo de una sociedad,
se ha caracterizado históricamente por requerir
estudiantes con características cognitivas, culturales y económicas similares para cumplir con
este propósito, y dado que la inclusión presenta
el reto de la singularidad, es en la cuestión sobre
las competencias en donde se puede encontrar un
camino, dado que estas aparecen en el panorama
educativo como alternativa a las comprensiones
sobre la inteligencia y el umbral de educabilidad
de acuerdo con su medición.
Así, se presenta la posibilidad de postular el comportamiento inteligente que se demuestra ante
unos requerimientos determinados de acuerdo
con el qué y el cómo (Varela y Ribes, 2002), liberándose del imperativo de lo biológico y la homogeneidad cultural y económica como menester
para la participación en escenarios escolares y
productivos.
Vínculos
Según Gairín e Iglesias (2008), los vínculos son un
importante motor de las interacciones, que en últimas, se convierten en el soporte de la inclusión
si se piensa cómo desde el aula de clase se construyen relaciones atravesadas por funciones como
la compañía social, el apoyo emocional, la guía
cognitiva y consejos, la regulación social, la ayuda
material y de servicios, el acceso a nuevos contactos (Sluski, 1998) y el acceso a nuevos entornos
(Gómez, 2012) que finalmente se irradiarían a la
institución escolar, contribuyendo a la permanencia en ella.
Cuando se hace referencia a los vínculos en la
escuela, se indica una relación que se establece
entre los estudiantes, así como entre ellos y los
adultos que hacen parte de la institución. Pero no
es una relación cualquiera, sino parafraseando a
Rogero (2012), una relación en la que se acompaña al estudiante para que alcance la autonomía,
la madurez y la libertad. Desde esta perspectiva,
se concibe que la inclusión requiere de cierto tipo
de vinculación entre los actores de la escuela, un
vínculo que debe tender a satisfacer las necesidades emocionales de primer orden, como lo son la
afiliación, la pertenencia, la identidad y el apoyo
(Montero y Fernández, 2011).
A partir de estos planteamientos, se podría definir el concepto de vínculos en la escuela como
una forma de relación entre alumnos y entre
alumnos-adultos, dando cuenta del carácter interdependiente de ambas partes, relación en la que
emergen procesos de resiliencia, se mejora el rendimiento académico y se puede avanzar hacia la
autonomía y la libertad necesaria para el desarrollo de todos y cada uno de los actores del contexto
escolar (Alfageme, Cantos y Martínez, 2003).
En conclusión, la participación de los sujetos en
los escenarios sociales, la posibilidad de pensarse como sujetos singulares, el desarrollo de sus
competencias y el fortalecimiento de los vínculos que establecen en los entornos de desarrollo,
se constituyen en elementos característicos para
plantear una revisión de la inclusión social en la
escuela.
Singularidad
en la escuela
La singularidad se convierte en el foco de atención
de los procesos de inclusión social, ya que a través
de esta se valida la identidad de cada uno y se
favorece el bienestar (Wyn, 2009), por lo tanto,
la comprensión de la escuela como un espacio de
inclusión social permite el reconocimiento de las
diferencias personales y las convierte en recursos
para el aprendizaje, de manera que los estudiantes se sienten respetados, queridos y participes de
los procesos que allí se gestan. Así, se contribuye
en la construcción de una identidad personal y colectiva; personal en la medida en que el estudiante empieza a presentar y enriquecer una identidad
y un proyecto de vida. Colectiva en el sentido de
que se promueven valores como la equidad y la
dignidad dentro de las escuelas (Peiró, 2008).
Participación en la escuela
La inclusión en la escuela hace referencia al concepto de participación, ya que el propósito de los
procesos inclusivos la involucra como un logro sin
ningún tipo de excepciones ni restricciones.
Para lograr la participación de la infancia es necesario que los diferentes actores del contexto escolar favorezcan espacios en los que puedan dar sus
opiniones y tomar decisiones. Por medio de dichos
espacios y en la medida en que mayor sea su participación, de acuerdo con Lansdown (2005), será
posible enseñar a los niños la importancia de escucharse a sí mismos y a los demás, favoreciendo
el valor de la democracia. De igual forma, adquieren experiencias que les permiten analizar las diferentes perspectivas y asumir responsabilidades
por sus propias acciones.
La participación de la infancia cobra una importancia especial ya que las escuelas son contextos
que van a favorecer u obstaculizar su desarrollo.
Esto implica un cambio con respecto al rol que
cumplen los niños en las escuelas, en el cual se
exige un mayor compromiso en el reconocimiento
de su papel activo en los diferentes procesos y
espacios de la institución desde la diversidad que
los caracteriza (Areiza, 2008).
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